8 Diciembre 2016
Con lo bien que se estaría en casa descansando, pensó Fernando, después de ocho horas de trabajo en la empresa y además en plenas revisiones, con lo que se duplicaba o triplicaba el trabajo, que además debía de salir adelante “ si o si”. Esto era lo de menos, pero terminaba derrotado por el ordenador. Ahora, debía de subir a la ciudad universitaria y sacar un certificado de haber terminado la carrera, que le serviría, al menos, para lograr un ascenso de categoría, como así fue. El mismo puesto pero más sueldo y una felicitación del Jefe de Personal, con quien se llevaba muy bien. Siempre le había considerado bien, como el resto de sus Jefes, que le habían ido promocionando, con cursos que le servían de incentivo.
La verdad que tanto su compañero como él, llevaban el peso del trabajo administrativo, por encima del resto de los compañeros. No protestaban porque el trabajo les gustaba. Además para eso les habían contratado, con ello decir que no se habían unido a ninguna huelga. Algunas veces tuvieron que aguantar a alguno de los administrativos y no juzgar su incompetencia, que además se limitaban a lanzarles misiles provocativos. Lo que más coraje les daba, era que no recibían respuesta. De buena gana un castañazo les hubiera puesto en su sitio. Pero en fin, siempre, en casi todos los trabajos te encuentras con algún monstruito de esos que cuando hacen algún acto bueno les duele la conciencia; porque para ellos hacer un acto bueno era como una gripe, les producía fiebre en el sentido literal de la expresión.
En eso pensaba cuando subía a recoger el documento. Se lo dieron, lo compulsaron e hicieron una fotocopia. Tomó nuevamente el tranvía. Tenía ya ganas de comer un buen filete con patas fritas con ajo y un buen plato de lechuga. Solo pensar en ello se le hacia la boca agua.
Iba en el compartimento un joven con el uniforme del Colegio X. llevaba la mochila en el suelo, pero agarrando las asas. Miraba a todos los lados y observaba obsesivamente a la gente, como buscando a alguien. En la siguiente parada, casualmente entró un amigo del Colegio.
Casualmente, Fernando, con su fino oído, estaba allí. Le gustaba escuchar y oía historias para todos los colores. Pero esta se llevaba la palma. Le daban ganas de levantarse y sacarlo por la ventana del tranvía. Sopesaba denunciarlo o no. Tenía el nombre de la “victima”, el autor y sabía el Colegio. Bajó del tranvía, e iba como quien deshoja una margarita: denuncio, no de nuncio… antes de llegar al portal, se encontró con una “chocolatera”, como se llamaba antes a las furgonetas de la Policía y fuera de ella, un oficial de policía; portaba en la hombrera una palma y se dirigió a él.
Increíble pero cierto. No denunció el hecho porque pensó que a lo mejor sus compañeros no le iban a hacer caso, porque tal vez el hecho no tenía importancia. De todas forma, quedó tranquilo porque había obrado bien y volvería a hacerlo cuantas veces fuera necesario y ante el mismo policía.
Si lo de los polvos carecía de importancia, si parece ser que había alguna traza de persecución al modo de ver de uno.