27 Junio 2018
“Deja huellas que sean dignas de recordar”. Pues ayudarás a que muchos a que las sigamos y encontremos el camino perdido. El mundo está necesitado de faros, de linternas, de velas que iluminen el camino a seguir, que no sean las marcas migas de pan, como en el cuento de Hamsel y Gretel, que las migas se las comieron los pájaros; que las huellas sean más fuertes, que el maligno no pueda borrarlas ni con todo su poder.
A veces las huellas vemos que las huellas se hacen cuesta arriba, difíciles de seguir; enseguida la tentación nos hace sentarnos a un lado del camino y nos dormimos cansados, agotados derrotados, vencidos y no seguimos. No recordamos la escena de la subida del Señor al Calvario, que en un momento se hace cuesta arriba y que a pesar de o tener casi fuerzas sigue caminando, cargado de una Cruz muy especial, llevaba el peso de los pecados de la humanidad pasada, presente y futura… pero sigue y a pesar de la ayuda da ayuda del Cireneo, el mayor peso lo coge el Señor, exhausto, agotado, pero sigue. Las huellas de su paso va quedando para que otros la sigan. Pero cuando rompemos algún Mandamiento, no miramos aquella escena del Señor, sino que permanecemos fríos, como témpanos de hielo.
Todos los bautizados debemos dejar alguna huella quelas que otros puedan seguir, huellas que dejaremos, a pesar de las muchas caídas, de las que nos ayuda el Señor a levantarnos con todo cariño, con toda delicadeza dispuesto a curarnos de las heridas que en el alma se han producido.
Si pudiéramos ver el rostro del Señor cuando se acerca a levantarnos, nos despojaríamos de todo lo mundano y le seguiríamos.