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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

CAARTAS A UN AMIGO (1)

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Querido amigo:

Como decía Antonio Machado, solo se hace camino al andar; y así es, en efecto, no hemos nacido para estar parados. Ni Adán y Eva estuvieron parados estando en el Edén. Podemos leer en la Biblia: “Tomó, pues el Señor al hombre y lo puso en el Jardín del Edén para que lo cultivase y guardase”. Dios les puso de todo para que se sirvieran de ello: tierras para cultivar, animales, árboles frutales.... No les puso Ángeles que les llevaran la comida, ni que les trabajaran las tierras, fueron ellos mismos. A lo largo de nuestra vida, comprenderemos la importancia del trabajo como medio de evitar el peligro del estado ocioso.

           

Luego fue distinto, una vez expulsados del Paraíso, tuvieron que trabajar doblemente: uno, trabajar la tierra para obtener sus productos y por otra parte, para servir a Dios con las obras y ganarse el premio de la Gloria. Por tanto, el trabajo no es un castigo ni una maldición de Dios Padre al hombre, pensar asi seria blasfemo; es una virtud por la que le ofrecemos a Dios ese trabajo que nos ha tocado realizar cada día, que a la vez sirve, al menos para el cristiano, de labor de apostolado, y a demás por el cual hacemos méritos para alcanzar la Gloria. Como enseña San José María, el trabajo bien hecho y bien acabado, ofrecido a Dios sirve para que le presentemos nuestras obras, antes que ir con las manos vacías, en el Juicio Particular tras la muerte.

El mayor peligro para las personas es el estar ociosos, ya que este estado, es dejar la puerta abierta a la tentación y de ella viene el rechazo a Dios. Por ello creó el trabajo desde el principio de los tiempos, no como castigo, sino como virtud. El hombre virtuoso hace del trabajo otra forma de oración, así como el estudio, la ayuda a los necesitados, la visita a los enfermos...

Pensamos que el trabajo coarta la libertad del hombre, por ser una obligación o una necesidad. San Pablo llega a decir: “el que no trabaja que no coma”; el sentido es el del que no trabaja por vago, con la pretensión de vivir de los demás, se vea obligado a trabajar. Pensamos que la libertad es un derecho adquirido para hacer lo que cada uno le venga en gana. Cierto que nacemos libres, porque Dios nos da ese don desde que nacemos. Pero interpretamos mal ese don, como interpretamos mal, el poner la mejilla, por ejemplo: Porque Dios no nos pide que no nos defendamos de una agresión, sino que no devolvamos el  mal con otro mal, o si nos calumnian, no calumniemos nosotros, pero sí que nos defendamos con la verdad, haciendo ver con paz la falsedad de la calumnia; o si nos agreden, debemos defendernos, pero no buscar el momento para llevar a cabo la venganza contra el agresor.

La verdadera libertad no nos hace esclavos de la ley, sino que se encuentra en servir a la Ley en concordancia a la Ley Natural o Divina establecida en los Mandamientos por amor a Dios. Si rompemos con la Ley de Dios, nos hacemos esclavos de esa otra Ley que nos establece nuestro común enemigo, Satanás padre de la mentira, basada en la desobediencia, en el vicio…

Sirviendo u obedeciendo a la Ley de Dios rompemos con la falsa libertad. La Libertad nunca nos hace esclavos de la Ley. La obediencia no nos hace esclavos, sino virtuosos. Por tanto la obediencia a la Ley es otra virtud y la virtud no nos pone cadenas; el pecado nos ata. Lo vemos en los que rompen, por ejemplo, con el sexto mandamiento, en los que sirven al dios botellón o a la diosa droga… se atan con fuertes cadenas, de la cual solo se puede salir con un fuerte ejercicio de voluntad de romper con ello, como en los demás vicios, con firmeza y esa firmeza es volver a Dios otra vez. Como te prometí, querido amigo, te dejaría una carta, pero va a salir una carta un poco larga Eres, de mis amigos la persona de mi confianza, te considero mi mejor amigo, quien durante casi 35 años me ha aguantado, aconsejado y levantado la moral en los momentos de baja.

Es la cuarta o quinta vez que la repito. Espero que esta sea la última. Será como una especie de “testamento” del pensamiento, que rompí un día y que poco a poco voy reedificando.

 

 

 

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