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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

APOSTOLADO Y CONFIANZA

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos  que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: “Tu eres el Hijo de Dios”. Pero Él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.”

                                  

Los hechos de Jesús corren rápidos. Muchos acuden, para verle, de todos los lugares: Jerusalén, Idumea, más allá del Jordán, de Tiro, de Sidón... y acudían también para  tocarle, aunque  tan sólo fuera una hebra de su manto, también para pedirle, para rogarle, para oír aquel mensaje nuevo plagado de amor, un mensaje muy distinto al que habían venido  escuchando de  boca de los escribas y de los sacerdotes del Templo. Los comentaristas de los textos bíblicos asemejan este hecho a las visitas que se hacen a Jesús Sacramentado en todos los sagrarios del mundo.  Otro ejemplo a tener en cuenta. Gozamos de la oportunidad de estar al lado de Jesús en el Sagrario. No hace falta correr kilómetros y kilómetros para estar junto a Jesús, como aquellas gentes, por tanto, si no lo hacemos, no tenemos disculpa. Cualquier Templo, mañana o tarde, está abierto, en donde Jesús espera nuestra visita.

Después de este pasaje el Señor continúa su labor sin descanso, y sus acciones sanadoras.  Enseñanzas y curaciones. A  la alegría de la proximidad del Reino de Dios les une, a aquellas gentes sencillas, la alegría de la salud. Hoy como ayer, sigue el Señor pasando a nuestro lado haciendo el bien cada día, sanando, convirtiendo, devolviendo la fe. Podemos repetir, como decían ayer: los ciegos ven, los cojos antes, los muertos resucitan. Pequeños y grandes milagros, que nosotros solemos pasar por el tamiz del racionalismo que envuelve al hombre. Todo se razona y todo se cuestiona. Lo que escapa a nuestra comprensión está fuera de lugar. Hasta se pone más fe en los “adivinadores”, en los horóscopos, en los falsos videntes que en el mismo Dios. Cuando Dios produce el milagro de que podamos ver el sol de cada día, respirar el aire fresco de las mañanas… cuando el mismo Dios, pasa cada día a nuestro lado haciendo el bien, como ayer, buscándonos, llamándonos, conquistándonos.

El Señor se convierte una vez más en Catequista para enseñarnos a todos como hemos de trabajar en su viña; porque todos, desde nuestro bautismo, hemos sido llamados a ellos, a ser catequistas en nuestros puestos: como estudiantes, como trabajadores. La labor de apostolado debe ser constante y no solo ceñirla a los fines de semana en la Parroquia o en  el grupo, por medio de la Catequesis. Sin descanso, no quiere decir no descansar en el sentido físico, sino que debe ser continuado: allí donde estemos: en el trabajo, en el colegio, en la universidad, en la familia, con los amigos, por la calle, guardando cola en un supermercado, en un centro oficial.... Jesús, nos dice el evangelista, continúa su labor sin descanso, porque veía a aquellas gentes desprotegidas. Hoy igual, con la variante que hemos sido elegidos nosotros para seguir la obra que comenzó el Señor

Hoy también, hay muchas gentes desprotegidas tanto en el terreno espiritual como en el temporal. Hay pobreza, hay marginación, hay personas que están y que se sienten solas, hay enfermos que precisan de una palabra de aliento, de una sonrisa, hay gentes que precisan saber...hay gentes que han perdido el norte espiritual y no saben cómo buscar, ni como apagar su sed. Son gentes que precisan de esa ayuda, de ese acercamiento del pueblo cristiano, un acercamiento constante y sin descanso, que devuelva la sonrisa a la tristeza, la esperanza a los negros nubarrones que sobre muchos se ciernes. Todos hemos de sentirnos necesitados, reconocer que somos frágiles como el cristal, como el barro seco, prontos a rompernos. Nadie puede no sentirse necesitado de este Padre que nos ama con una intensidad sin límites, que a lo largo de la historia del hombre podemos ver y comprobar cuanto nos ama.

 

El querer que debe existir en la familia debe ser un querer reciproco entre padre e hijos, donde aparece y se mezcla con la autentica y verdadera amistad. Los padres, después del Señor, deben ser los amigos que nunca fallan y recíprocamente los hijos deben ser los mismo hacia sus padres. Todo esto lo vamos aprendiendo del Señor, pues nos lo va enseñando cada día desde las páginas del evangelio, la oración y la práctica de los  sacramentos desde donde recibimos la luz por la que se podrán ir comprendiendo muchas cosas.

 

 

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