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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

LA VISITACION, UNA CATEQUESIS DE HUMILDAD

39 Por aquellos días, María se levantó y marcho deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; 40 y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; 42 y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. 43 ¿De dónde a mi tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? 44 Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño salto de gozo en mi seno; 45 y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se ten dicho de parte del Señor. (Lc. 1,39-45)

Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá (Lc 1, 39). Con estas palabras, San Lucas, comienza el pasaje que recoge el segundo misterio de gozo del Santo Rosario, logrando mover nuestro pensamiento, en alas de la fe, a aquellos instantes en los que María dejando todo, una vez más y sin mirarse a sí misma, se dirige a visitar a su prima Isabel. Si miramos el mapa de Israel podemos hacernos una idea del viaje que realizó la Virgen para visitar a su prima Isabel. Bastante más al Sur de la ciudad de Belén, donde nacerá el Niño. Según los estudiosos bíblicos se trata de la ciudad de Ayn Karim.

El viaje es largo, al caer las noches se sufre el cambio climático; las comodidades de aquellos viajes era escasas. Pero la Virgen María, mujer humilde, desprendida de ella misma acude a ver a su prima. Había conocido por el anuncio del ángel que su prima Isabel iba a ser madre: “...en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era estéril, hoy cuenta ya el sexto mes” (Lc 1, 36). María no se detiene ni un instante y sale hacia “una ciudad de Judá” escribe San Lucas. María no espera a que nazca el Niño, pues su prima está de seis meses y debido a su edad avanzada, precisará de toda la ayuda necesaria; aunque, seguramente esa ayuda no le faltaría dado el cargo de su esposo Zacarías: sacerdote del Templo. Pero es su prima y además, en ella, Dios ha obrado un milagro patente. Aún llevando en sus entrañas al Hijo de Dios, se siente la más pequeña, se siente la esclava del Señor y acude, también, para felicitar a su prima por el feliz acontecimiento.

Este viaje de María nos hace recordar las procesiones del Corpus que se suceden en nuestras ciudades. Sale Jesús sacramentado recorriendo nuestras calles, expuesto a la vista de todos, para ser adorado por todos. Jesús viaja en el sagrario viviente e inmaculado que es María, recorriendo y bendiciendo sin duda todo aquel camino que se hace santo al paso del Señor aún Niño, pero Dios verdadero.

La Virgen María se olvida de sí misma una vez más, no piensa en Ella; María piensa en los demás. María como buena Madre nos enseña y nos da ejemplo. Este hecho se repetirá en otras ocasiones que nos señalan los Evangelios, entre algunos destacamos: en las Bodas de Canaán, donde mira por los esposos y los comensales de aquella boda; más tarde, al pie de la Cruz, donde olvidándose de su dolor, olvidándose que nosotros fuimos y somos causa del padecimiento de su Hijo Jesús, nos acepta como hijos suyos para la eternidad.

María, mujer de Fe; María, mujer humilde; María, mujer generosa, que nada se reserva para sí; sino que al contrario, comparte, da, ama, padece... Ahora, María, deprisa acude a la montaña, para compartir su gozo, para compartir a quien lleva dentro de sí misma, con Isabel su prima, que en ese momento, también, nos representa a la humanidad entera. “María es una muchacha de catorce años (nos dice el padre Martín Descalzo) que ha vivido escondida, probablemente humillada. Y he aquí, de repente, se ilumina su vida, se siente embarcada en una tarea en la que ella no solo se dejará llevar sino que será parte activa. Tiene que empezar enseguida, inmediatamente. Hay algo muy grande en sus entrañas, algo que debe ser consumado, transmitido. La obra de la redención tiene que empezar sin perder un solo día.

Y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1, 40). María no espera a que Isabel le salude; ella toma la iniciativa. Reconoce en Isabel no solo el respeto que por su ancianidad merece, sino que reconoce que en ella, en su prima, Dios ha puesto los ojos, y ha sido bendita y colmada su felicidad con aquel hijo que tanto ansiaban. Pocas veces aparece la Virgen María en los textos evangélicos, pero sus apariciones son auténticas lecciones de catequesis, de comportamiento, de cómo hemos de actuar en todo momento los cristianos. María, ha de ser el espejo donde nos miremos para actuar en consecuencia.

Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo” (Lc 1, 41). San Lucas nos describe el cumplimiento de las proféticas palabras que el ángel hizo a Zacarías: “y estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (Lc 1,15). “Aunque Juan el Bautista fue concebido con el pecado original como todos los hombres, sin embargo nació sin él porque fue santificado en las entrañas de su madre Santa Isabel ante la presencia de Jesucristo (entonces en el seno de María) y de la Santísima Virgen María”.

Y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. Que rezamos en el Avemaría, uniéndonos desde entonces al saludo y bendición que Isabel hace a su prima María. Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, estas palabras que la Virgen María entonará y que serán proféticas, comienzas a cumplirse con el saludo de Isabel: Bendita tú entre todas las mujeres. María será bendecida desde entonces por todas las generaciones y también cada vez que entonamos el Avemaría y de nuestros labios y corazón se lo decimos nosotros Bendita tú.

43 ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? 44 Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño salto de gozo en mi seno; 45 y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se ten dicho de parte del Señor.

Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y no puede quedar duda, pues un reflejo de ello son las palabras que de admiración le dice Isabel a su prima María: ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Isabel no podía saberlo si no es por inspiración del Espíritu de Dios. Isabel le cuanta el hecho del hijo que llevaba en su seno y es la primera persona, de carne mortal, que llama bienaventurada a la Virgen. Bienaventurada porque has creído. Por su fe, por su confianza en Dios se cumplirá todo lo que el Ángel le ha comunicado de parte de Dios y por esa confianza de la Virgen salimos, toda la humanidad, beneficiados. Y esa fe y esa confianza en Dios seguirá demostrándola a lo largo de su vida, por eso podemos decirla:

Fue elegida para Madre del Salvador y Ella que había ofrecido su dignidad a Padre Dios, dijo ¡Hágase! sin la menor duda.

¡María, Mujer de Fe! Cuando Simeón le anuncia que una espada de dolor atravesaría su alma; más Ella no dio un paso atrás, ni preguntó, ni pidió evitar el dolor... Ella dijo ¡Hágase! a la Voluntad divina del Creador, su Fe hacia el Creador, le hacía darse por entero a las peticiones del Padre y su sumo Bien.

¡María, Mujer de Fe! Acepta confiada la marcha hacia tierras lejanas, tierras desconocidas de Egipto. Pues sabe que el Señor la acompañará, que El nunca le faltará y emprende el largo camino del destierro para salvar la vida del Salvador. Su Fe está por encima de su propia comodidad, de sus propios gustos y es que sus gustos y su comodidad estaban en Dios.

¡María, Mujer de Fe! Cuando tras encontrar a su Hijo, Jesús, después de tres días de búsqueda, Él le dijo: "¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de Mi Padre? (Lc 2,49) Y María, Mujer de Fe acepta todo y " guardaba todas estas cosas en Su Corazón "(Lc 2,49)

¡María, Mujer de Fe! Da un nuevo Sí al Señor; esta vez al pie de la Cruz y con su alma atravesada por una espada de dolor acepta la herencia que le da su Hijo " Mujer he ahí a tu hijo " (Jn 19,26). Su Fe se une una vez más al amor y la Virgen María acepta plenamente.

¡María, Mujer de Fe! En el cenáculo, en actitud de oración, dando ejemplo de confianza y de fortaleza a los apóstoles que junto a Ella estaban. "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús " (HH. 1,14).

Si María no nos amara, esos detalles de amor que nos presenta el N.T. y que recibimos a diario de nuestra Madre del Cielo, no serían posibles. No hubiera sido posible la escena maravillosa de la Encarnación, ni el rasgo de amor de las Bodas de Canaán... ni la aceptación amorosa al pie de la Cruz.

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