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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

QUIERO QUEDA LIMPIO

QUIERO QUEDA LIMPIO

e acercó a Jesús  un leproso, suplicándole de rodillas: “si quieres puedes limpiarme”. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por  tu purificación lo que mandó Moisés”. Pero, cuando fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes.

 

 

                                  

 

A  lo largo de los evangelios nos vamos a encontrar con un Jesús que ama con un amor inagotable; pero también nos vamos a encontrar con un Jesús que se conmueve ante la enfermedad y el dolor y ante las expresiones de fe de las muchas gentes que se le acercaban. Ahora nos encontramos con uno de los casos: “Si quieres, puedes limpiarme”. El enfermo se pone incondicionalmente en las manos del Señor. Deja todo a la voluntad del Señor. Si quieres, puedes limpiarme. Cuantas veces nos cuesta a nosotros dejar las cosas en las manos de Dios. Y el Señor le responde: Quiero, queda limpio. El Señor se rinde amorosamente ante esa expresión de fe y de humildad de aquel enfermo rechazado por la sociedad.

 

             Con la curación del leproso que nos narra San Marcos, Jesús, además de devolverle la salud al cuerpo, logra que salga de la marginación social a la que había sido sometido. Eran considerados impuros, pecadores por la sociedad del momento. El pecado es así, la lepra del alma que el Señor nos cura y nos limpia. El leproso sanado volvía a su vida normal. El Señor le devuelve todo aquello que había perdido. En cada uno de los pasajes de los evangelios debemos vernos a nosotros mismos: somos el hijo prodigo, somos los leprosos, somos los que estamos presentes en el monte de las bienaventuranzas, somos la mujer cananea que da agua fresca al Señor, somos también los fariseos, los que reciben le reciben con palmas en Jerusalén y los que vociferan contra El poco después. Cuando leemos los Evangelios nosotros estamos dentro de sus páginas. Lo que hizo  y dijo el Señor es también para nosotros.

 

             La actitud de leproso, cuando se acerca a Jesús es digna de tener en cuenta: "rogándole de rodillas" (MC 1,40). Confianza y humildad. "Si quieres, puedes limpiarme" le dice al Señor. Esta actitud de fe, que veremos en otros momentos, hará que Jesús les devuelva la salud al cuerpo y al alma.  No le dice “si puedes”, que  sería poner en duda, sino que le dice “si  quieres”, categóricamente, ¡cúrame Señor, si quieres! “se que puedes, pero no te merezco”. Aquel leproso, como el centurión, demuestran su confianza en el Señor y a la vez se acercan con la virtud que tanto le agrada:  la humildad

 

                                              

 

             Podemos observar la actuación de muchos de los enfermos que el Señor sanaba: actos de agradecimiento, publicando el bien que el Señor les había hecho. Muchas veces nos acercamos a la Penitencia y a la Eucaristía, y no somos capaces de un acto de agradecimiento, porque estábamos enfermos y nos sanó, porque estábamos hambrientos y sació nuestra hambre espiritual, porque estábamos perdidos y nos dio su luz para volver al camino, porque estábamos solos y salió a nuestro encuentro para darnos su compañía, porque estábamos ciegos y fue nuestra luz. Cada momento, incluso cada rinconcito del Evangelio, son un dato a tener en cuenta en nuestra relación  con Dios y en nuestra relación  con los demás. Leer el Evangelio, es darse cuenta de que Jesús no ha dejado un cabo suelto para salvarnos; por eso, hemos de mirarnos en el Evangelio, como si de un espejo se tratara, y luego contemplar lo que falta y lo que sobra en nosotros, para que con su ayuda lleguemos a ser como él quiere que seamos.

 

             En nuestra situación personal también debe intervenir ese deseo de querer quedar curados del pecado; ese deseo del leproso debe intervenir en nosotros, como única forma de poder quedar liberados  de esa lepra del alma que es el pecado. Haremos confesiones, buenas, porque el deseo al acercarnos es no volver a pecar, pero si nos falta esa fuerza de  querer realmente quedar sanados, caeremos una y otra vez en el pecado, tal vez en el mismo o los mismos siempre, y la causa: nos falta ese deseo ferviente de cambiar y la disposición humilde de sentirnos necesitados de la ayuda del Señor. El leproso rogaba de rodillas, es decir, con humildad, sintiéndose necesitado de la ayuda del Señor, único que puede ayudarnos a salir de nuestra situación personal.

 

 

             Aquel hombre se arrodilla postrándose en tierra (lo que es señal de humildad y de vergüenza), para que cada uno se avergüence de las manchas de su vida. Pero la vergüenza no ha de impedir la confesión: el leproso mostró la llaga  y pidió remedio. Su confesión está llena de piedad y de fe. Si quieres, dice, puedes: esto es, reconoció que el poder de curarse estaba en manos del Señor”.

 

             Como final del Sacramento de la Penitencia, el sacerdote nos impone una penitencia, que sirve para resarcir al Señor por las ofensas que con el pecado le hemos causado. El leproso queda curado, y el Señor le envía a cumplir con lo estipulado por Moisés. Nosotros cuando nos confesamos, el sacerdote nos pone la penitencia que queda definida en el CIC 1459: “liberado del pecado, el pecador debe recobrar todavía la salud espiritual. Por tanto debe hacer algo para reparar sus pecados: debe satisfacer de manera apropiada o expiar sus pecados. Esta satisfacción se llama también penitencia (…) tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, él Único, expió nuestros pecados una vez por todas

 

             El poder de curarnos del pecado está solamente en el Señor, pero en nosotros está el poder querer sanarnos; esta es la libertad de la que gozamos: si a Dios o no a Dios; y en mi libertad digo SI,  esto es, en querer ponernos en manos del Señor. “tus pecados son perdonados, vete en paz”, escuchamos de labios del sacerdote mientras nos da la bendición, “Quiero : queda limpio” dice el Señor que nos habla a través de sacerdote a la vez que desaparecen las ataduras que nos esclavizan, a la vez que vuelve la luz, que hasta el día nos parece más soleado. El Señor que nos esperaba ansioso de tomarnos en sus brazos, al vernos acercar El corre a recibirnos con la inmensa alegría de un padre que ama intensamente a sus hijos. Porque es un padre que no da por perdidos a sus hijos, es el pastor que no da por perdida a ninguna oveja de su rebaño y la busca hasta hallarla.

 

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