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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

PERDONANOS NUESTRAS OFENSAS

Cuando rezamos el Padre Nuestro, si lo hacemos despacio y mirando lo que decimos, es seguro que al llegar a: “perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, se nos debe hacer un nudo en la garganta o apelotonar este ruego.

A mí me cuesta al llegar a esta frase, no puedo decir lo contrario. Algunas veces me da hasta cargo de conciencia hacerle este ruego al Señor, cuando tantas veces me ha costado perdonar, cuando tantas  veces me ha costado  pedir perdón;  y si perdonamos, tantas veces no olvidamos. Es quizás la petición más dura que hacemos. Dura porque sobresalen esos momentos en los que nuestro corazón ha actuado mal. Hasta incluso ha devuelto mal contra el mal. ¿Cómo puedo pedirle al Señor que me perdone, si no he actuado a semejanza de Él, contra aquel que pudo ofenderme? ¿Cómo puedo pedirle que me perdone, si he faltado a la caridad símbolo del actuar cristiano? Pero tengo que pedírselo porque existe el arrepentimiento y el deseo de no volver a caer. Rencor, odio, venganza, resentimiento, enemistad, animadversión… de cuantas formas y maneras se presenta el pecado motivado por el hecho de no perdonar.

“Pobre del hombre si Dios solo le perdonase como él perdona. Y sin embargo, Dios ha querido unir su perdón a los nuestros… Dios quiere que entre Él y los que le aman se constituya una comunidad de perdonadores de la que quede excluido el que no se decida a perdonar a los demás” escribía el insigne padre Martín Descalzo. Pero lo cierto es que a nuestras primeras reacciones negativas ante un hecho que consideramos injusto contra nosotros, surge esa otra reacción positiva, emblema del cristianismo: EL PERDON, que destierra el rencor del alma y todas sus formas.

Si nos diéramos cuenta de lo que decimos al rezar el Padre Nuestro, en cada una de las peticiones y en cada uno de los ruegos, nos movería a realizar un cambio casi radical en la persona. Se acabarían las injusticias, las guerras desaparecerían,  cesarían los asesinatos, las agresiones, las persecuciones… porque consecuencia de todo esto es el rencor, el  egoísmo.

La petición o ruego que le hacemos a Dios a través de “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” no está puesta porque si. Tiene todo su valor. Recordamos cuando le preguntan a Jesús cual es el primer y principal Mandamiento y Él responde: “amarás a Dios con todo tu corazón…. Y al prójimo como a ti mismo”. Es primordial el amor al prójimo y está previsto que el prójimo me falle, como que yo le puedo fallar a Él; y en evitación de  discordias,  Jesús establece como paso importante cuando se produzcan fricciones: que yo perdone o que según el caso pida perdón, como oposición a la falta de humildad,  al rencor y al odio, elementos que habitan en el alma del demonio, el tentador.

Recordemos el pasaje de la Pasión, cuando se burlan, golpean e insultan a Jesús y le coronan clavándole una corona de espinas en la cabeza. Jesús respondía a cada golpe, a cada insulto, a cada burla con un acto de amor, actos que para el hombre de hoy supone un gran esfuerzo realizarlo. ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen! Ya en la  Cruz, próximo a expirar, el Señor en un acto de amor sublime, pide al Padre que nos perdone, porque con el pecado NO SABEMOS LO QUE ESTAMOS HACIENDO.

Podemos perdonar si nos lo proponemos. De hecho debemos perdonar, pero de corazón. El alma se ensancha; es como si entrara aire nuevo, más fresco, más limpio. Hasta sentimos una alegría indescriptible. Porque donde no había perdón, nunca pudo haber paz.

Señor, hazme instrumento de tu paz.
Donde haya 0dio, y0 siembre Amor;
Donde haya injuria, perd0n;
Donde haya duda, fe;
Donde haya desaliento, esperanza.
Donde haya sombra, luz;
Donde haya tristeza, alegría;
Donde haya discordia, Armonía
Donde haya error, la verdad...

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