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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

os hare pescadores de hombres

VENID CONMIGO Y OS HARE PESCADORES DE HOMBRES

uando arrestaron a Juan, Jesús se marcho a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente  dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron  a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él.

 

 

             Sobre todo en la época de Cuaresma, oímos con más insistencia las palabras que Jesús nos dice en el Evangelio del día: convertíos y creed en el Evangelio. O también, Convertíos y haced penitencia. No deberíamos encasillar este mandato del Señor a esa sola época; pues la conversión, el trabajo de dirigir nuestra vida a Dios se va a hacer extensivo a  toda nuestra existencia. La santidad, la perfección no se logra en la tierra; seremos santos cuando estemos gozando de Dios en su Reino, entre tanto, estaremos trabajando día a día por esa conversión que nos ha de conducir a la santidad a la que hemos sido llamados, con nuestras caídas y recaídas, pero nos levantaremos cuantas veces sean necesarias.

 

                       

 

 

Por tanto, todos los días, mientras dure nuestra vida, hasta el momento en que nuestra alma y cuerpo se separen, habremos de empeñarla en hacer producir ese talento que nos da Dios cada día. Nuestro ejemplo a seguir está en aquellos que invirtieron los talentos que recibieron, no en aquel que lo enterró para que no se le perdiera. Trabajar cada día en nosotros y trabajar en los demás, pues para todos son las palabras de Jesús y por todos derramó su sangre y padeció martirio.

 

Cada día se nos pueden presentar motivos y momentos diferentes que pueden ocasionar nuestro alejamiento de Dios; momentos que pueden no estar previstos por nosotros, por inesperados (una discusión, una contrariedad en el trabajo...); otras veces la flaqueza nos hará tambalear, dudar, caer irremisiblemente en  esta o aquella falta o en  éste o  aquel pecado. Dejar que el talento produzca, o lo que es lo mismo, dejar que la gracia de Dios actúe en nosotros, no obstaculizándola, hará  posible, que esos imprevistos momentos no nos cojan de improviso o sepamos hacerlos frente en el momento; y hará que esa flaqueza que produce el pecado, desaparezca, porque la gracia de Dios, en nuestra alma va a producir fortaleza para la lucha contra el pecado, ánimo para el camino, esperanza de conquistar ese estar junto a Dios por toda la eternidad.

 

             Para que esas palabras de Jesús, que nos dice en el Evangelio, puedan ser una realidad en nosotros es preciso que basemos nuestra vida en esa trilogía que el cristiano ha de tener presente siempre: Penitencia, como sacramento que nos limpia del pecado y nos da las gracias suficientes para luchar y  no caer en él; Comunión, como sacramento que hace que el Señor y tu se unan, fortaleciendo el  alma para la lucha diaria, haciendo que su Amor se irradie desde nosotros hacia todos aquellos que surgen en nuestro camino diario; Oración, como medio para tratar, conocer y amar a Dios.

 

             Tenemos la oportunidad, mientras vivimos, de rectificar nuestras acciones; para ello Jesús ha dispuesto el Sacramento de la Penitencia, desde el cual nos escucha, sean cuales sean nuestros pecados, sea cual sea su gravedad, sea cual sea su vergüenza, su perversidad (recordemos el claro ejemplo de la Parábola del hijo pródigo); y nos va a escuchar con la ternura de un padre que desea los mejor para sus hijos, para después tornar el rojo púrpura de nuestra alma, en el blanco de la más pura nieve, para finalmente olvidarlos para siempre.

 

             Que las palabras del Señor calen hondo en nuestra alma, y nos lleven a dar el paso acertado de iniciar desde hoy mismo el deseo firme de cambiar, de dirigir nuestra vida hacia Dios, y después dejarnos llevar por Él y nuestra común Madre, la Virgen María.

 

             También, el Evangelio del día, nos presenta dos momentos a tener en cuenta, el de Simón y Andrés, que dejando todo lo que estaban haciendo siguen la llamada del Maestro; y la de los hijos de Zebedeo, que abandonando todo, siguen a Jesús. Simón y Andrés dejan las redes; pero Santiago y Juan dejan algo más, a su padre para seguir al Señor.

 

             El Señor, puede llamarnos en cualquier momento de nuestra vida para servirle. Pero ¿a quien llama? Todos somos llamados para servirle; todos somos llamados desde el Bautismo, para que después, colaboremos con Él en la extensión del Reino de Dios en el corazón de los hombres. Dios no llama a unos si y a otros no. A todos nos llama, a unos para el sacerdocio, a otros para la vida religiosa, a otros para la vida contemplativa, a otros para servirle en las misiones, a otros para servirle dentro del mundo, desde nuestra profesión: catequistas, cuidadores de ancianos y de enfermos...proyectando en los demás aquellos carismas o dones que el Señor haya puesto en nosotros. Todos hemos sido llamados, y todos hemos de contestar al llamado del Señor, como lo hicieron aquellos Apóstoles, dejando todo: dejando algunos momentos nuestros para ponerlos a su disposición, de forma que otros puedan beneficiarse de los bienes que hemos recibido.

 

             Que la Virgen María  ilumine nuestro caminar hacia la conversión y nos guíe por el camino del Apostolado, para que sepamos transmitir con el ejemplo, con el estilo, con la palabra y con nuestras obras el Evangelio que nos ha dado a conocer a nosotros.

          

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