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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

LA CATEQUISTA CON ALMA DE APOSTOL

Muchos catequistas he conocido en casi 22 años de catequesis, de la Parroquia y de otras Parroquias. Todos grandes, inmensos, de corazón limpio, magistrales y hasta me atrevería a decir: canonizables, aunque me tilden de exagerado;  entregados a la obra más grande jamás imaginada: La Catequesis Parroquial. Todos, chicos y chicas estupendos, sanos de alma y mente que saben compaginar estudios, el tiempo con los amigos, la vida familiar y la catequesis. Al principio me escapaba de las reuniones de catequistas y movía los labios, en los cantos, me horrorizaba cantar. Pero la religiosa del Hogar Escuela, Sor María Luisa sabía frenar mi pequeña rebeldía con alguna Foto o alguna estampa original de D Bosco. ¡Inmenso D Bosco! Y lograba que no faltara a las reuniones. ¡Qué gran santo! Todo catequista debería leer su vida. Alguna vez la llamo. Es uno de esos ejemplos de santidad en el mundo. Gracias Sor por su paciencia y santidad para conmigo.

 En uno de los cursos de Catequesis, entró una joven que se sintió llamada por el Señor para impartir Catequesis. Comenzó con un grupo de los  niños y niñas de Primera Comunión. Era una entusiasta de su trabajo de apostolado, ¡como lo éramos todos! No importaban los años que llevaras, cada curso era un comenzar de nuevo. Nuevas alegrías, nuevas esperanzas, nuevas sonrisas. Nuevas gracias a Dios por aquellos pequeños y pequeñas  que ponía  en nuestras torpes manos de labradores del Cielo, para prepararlos para que un día Jesús, el Señor, entrara a morar en sus almas. Pasado un trimestre, vi la tristeza en la joven  catequista. No porque la catequesis exigiera un pequeño sobreesfuerzo: curso de preparación (íbamos todos: noveles y veteranos); reuniones de preparación y alguna otra actividad. Estaba triste porque no veía resultados. ¡Que grandeza de alma! ¡Resultados!

Acaba de empezar y quería conquistar el mundo. ¡Maravilloso!. Le comenté que a lo mejor pasaban años y ella, aparentemente, no observaría resultados. Que ella echaba su semillita en cada alma y que era el Señor con el tiempo quien se encargaba del resto. Pero que el Señor echaba bendiciones a los catequistas, que eso no lo dudara. Que estaba contento con ella, por trabajar en su viña, por aceptar colaborar con Él, ¡que maravilla, poder colaborar con Dios! Yo que soy nada, colaborando con el Señor. ¿Qué soy nada?  ¡Pero qué equivocados estamos! ¡Somos  mucho! ¡Somos hijos de Dios!. Nunca digas ¡no soy nada!, no desprecies tu condición de hijo o hija de Dios. Eres mucho para Dios, tanto, tanto, tanto que permitió a su Hijo ser uno como nosotros, salvo en el pecado; y padecer terrible pasión para salvarnos

Pasado un tiempo, vino corriendo a mí y me contó que iba el domingo con sus amigos, de paseo y de pronto escuchó: ¡mamá, es mi catequista! Y cruzando rápida la calle, paso a saludarla, dándola un abrazo fuerte de inmenso cariño, ante el asombro de los amigos de la catequista. “¿no ves?... ¡aquí tienes tu bendición!... ¡el Señor reconoce tu trabajo!”. El Señor no te tiene desconocida, ni nos tiene a nadie; ni a buenos ni a malos.  A lo mejor pasan años y años y no ves nada. La verdad,  no es cuestión de ver algo. La misión del catequista es abrir el surco en el alma de los catequizados, del resto se ocupa el Señor. Tal vez, si viéramos los resultados (los que espera todo catequista), nos volveríamos vanidosos. ¡Que bueno soy! ¡Como hablo! ¡Que carisma tengo! Y esto mancharía el espíritu de la catequesis y al catequista.

Si me lees, te animo. ¿Qué no estás preparado o preparada? ¡Vamos, esa es la disculpa que ponen todos, sean de donde sea. Es fácil. Ponte en manos del Señor; practica los sacramentos, prepara los temas, pide por el grupo que te toque y sus familias y háblales a los niños de Jesús, de tu experiencia de haberlo conocido. Transmite lo que tienes dentro de tu alma, eso si ¡hazte uno de ellos!. No adoptes aires de profesor de instituto, con todo respeto para ellos. No es lo mismo. Fíjate en los evangelios como enseñaba Jesús y haz tú lo mismo: cariño mucho cariño, paciencia, mucha paciencia. Pero ábreles tu alma y tu corazón. Hazte uno de ellos, bájate a su altura, se niño o niña, como ellos, aunque seas grande muy grande.

¿Te animas? ¿Quieres conquistar el mundo para Dios? Deja que antes te conquiste Él

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