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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

HAZME INSTRUMENTO DE TU PAZ

Nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro; las cosas que salen del hombre, ésas son las que hacen impuro al hombre” (MC 7, 14-15).

 

            En éste y en los otros evangelios vemos lo que suponía en tema de la pureza para el pueblo judío. Para los judíos, el hombre puro era “el que no se había contaminado, ni siquiera por la inadvertencia, con algunas de las cosas que prohibe la Ley”. Esto se nos aclara un poco más en el Levítico, donde se nos habla de las cosas puras e impura.

 

            La palabra pureza no tiene la aplicación que hoy le damos. Ya que nosotros la aplicamos a los mandamientos sexto y noveno con exclusividad. El sentido de estas leyes del Levítico eran debidas a la falta de higiene que se observaba por aquel entonces, y que sin duda eran causa de grandes enfermedades y mortandad, por lo cual era necesario acostumbrarles a observar la higiene. Por otra parte, estas leyes “servían para proteger la fe de los judíos que vivían en medio de pueblos que no conocían a Dios. Pues ¿cómo podrían conservar su fe en el Dios único si se les permitía convivir con esos pueblos, tenerlos como amigos e imitarlos en todo?. Ahora bien, con esas innumerables costumbres religiosas que el judío tenía que observar, se apartaban necesariamente de los que no compartían su fe, llevaban un tipo de vida distante y se quedaban en medio de sus  correligionarios

 

            Pero Jesús les va a recordar que nada de lo que Dios ha hecho es impuro: ni los animales, ni las plantas, ni el aire, ni los enfermos... Todas estas aplicaciones erróneas por parte de los judíos se apartaban auténticamente de la Ley de Dios, y algunas del mandamiento nuevo: amarás al prójimo como a ti mismo. Cristo viene a corregir estos errores. ¿Puede ser causa de pecado tocar a un enfermo? ¿Puede un enfermo pecar si me toca? El sentido común me dice que no, mi fe me dice que pensar así es contrario a la Ley de Dios y a la caridad que Dios me pide que aplique hacia los demás.

 

            Cristo es el auténtico intérprete  de la Ley de Dios, por ello habla con autoridad, que era la  que les faltaba a los escribas y a los fariseos; Cristo viene a darnos luz sobre el auténtico alcance de los  mandamientos, además de enseñarnos las normas de la verdadera caridad.        

           

            El auténtico mal son “las cosas que salen del hombre” dice el Señor. Si continuamos leyendo, Jesús hace una larga lista de las impurezas  que salen del hombre. Pero como nos describe San Marcos, los Apóstoles tampoco comprenden al Señor, estaban embotados por las tradiciones. “¿Así que también vosotros sois incapaces de entender?”(MC 7,18). Y Jesús les va a explicar estas palabras que les hará ver que lo creado por Dios es perfecto, y que es del interior del hombre de donde salen las cosas contaminadas; refiriéndose al pecado.

 

            Y así les dice: “¿No sabéis que todo lo que entra en el hombre desde fuera no puede hacerle impuro, porque no entra en su corazón, sino en el vientre y va a la cloaca? De este modo declaraba puros todos los alimentos. Pues decía: Lo que sale del hombre, eso hace impuro al hombre. Porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, fornicaciones, hurtos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, fraudes, deshonestidad, envidia, blasfemia, soberbia, insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen malo al hombre” (MC 7, 18-23)

 

            El corazón creado para amar, cuna del amor, de lo romántico y de lo poético de la persona, ha sido convertido  en crisol donde se fragua el pecado. El odio, el rencor...  No es lo creado por Dios lo que hace impuro al hombre, es lo fraguado en el corazón del hombre lo que le hace impuro, lo que le hace pecador. Y nosotros esto lo comprendemos bien, pero aun asi caemos en una u otra cosa.

 

            Aprovechamos el tiempo de cuaresma para ir haciendo propósitos de cambio interior, desde el corazón, recordando paso a paso, el cantico de san Francisco de Asís que invita a la limpieza del corazón y al destierro de las impurezas que hacen malo al hombre

 

Haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor.
Que donde haya ofensa ponga yo perdón.
Que donde haya discordia, ponga yo unión.
Que donde haya error, ponga yo La Verdad.
Que donde haya duda, ponga yo Fe.
Que donde haya desesperación, ponga yo Esperanza.
Que donde haya tinieblas, ponga yo la Luz.
Que donde haya tristeza, ponga yo la alegría.
¡Oh, Maestro!,
que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar,
en ser comprendido, como en comprender,
en ser amado, como en amar;
pues dando se recibe,
olvidando se encuentra;
perdonando se es perdonado,
muriendo se resucita a la Vida Eterna

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