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El blog de antonio tapia

EL CAMINO DE EMAUS

LA VOCACION DE LOS JOVENES

El padre Martin Descalzo definía la palabra vocación como “amar lo que uno vive”; así, sencilla y llanamente. ¿Para qué buscar más significado a esta pequeña gran palabra? Pero añadía: “no es un sueño, un caprichillo pasajero, menos, un afán de notoriedad. Todas las aventuras espirituales, son calvarios. Y el que se embarque en una verdadera vocación sabe que será feliz, pero no vivirá cómodo”. Toda vocación exige su gran sacrificio, entrega en cuerpo y alma, desprendimiento de las comodidades.

Aquí me refiero a la vocación del Apostolado, a la que todos, desde el Bautismo, hemos sido llamados por Cristo y cuya llamada aun resuena en el Monte de las Bienaventuranzas: “vosotros sois la luz del mundo” y “la sal de la tierra” y cuyo origen bien podríamos encontrarlo en aquellos pastorcillos, que después de contemplar el gran acontecimiento en aquel portalico, van a contarlo a todos. También me refiero a esa otra vocación, a la que también llama el Señor personalmente, tal como nos lo enseña el evangelista: “llamo a los que él quiso, y fueron junto a Él” (Mc. 3,13). La vocación no es una iniciativa propia, ni un sueño, es una iniciativa divina, porque proviene del mismo Dios, que es el que llama: “no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto” (Jun. 15-16). Es una vocación, la llamada del Señor, que exige sacrificio y abandono de lo más querido y por tanto, una gran dosis de amor a Dios que otras vocaciones no exigen.

Años atrás, tuve la ocasión de visitar el Noviciado del Colegio de la Pureza de María en Barcelona, y realmente no hacía falta buscar en el diccionario que significaba la palabra vocación, se veía en aquellas caras de felicidad, se sentía en el ambiente, calaba en el alma, se transmitía y manaba de los corazones de aquellas novicias al mío propio. Jamás había recibido con tanta fuerza aquel baño espiritual. Mereció la pena vivirlo para comprenderlo. Creo que daría un nuevo sentido a la vida de los que van  con el vaso del alma vacio, sin saber cómo ni con que llenarlo.

Matar esta esperanza, que nace en el corazón de nuestros jóvenes, para sustituirla por otra “vocación forzada” es el error más tremendo que se puede hacer. Dejad y ayudad, padres, a que crezca ese deseo de servicio a Dios dentro o fuera del mundo

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